
Hacia las 8 de la noche yo seguía tumbado en las hamacas, mientras disfrutaba el olor a pólvora de Medellín. Allá a lo lejos se oían los disparos y los juegos pirotécnicos del populacho. Era un olor que te daba ganas como de morder el aire y aquella ciudad olía a pólvora todo el tiempo. A veces era olor a pólvora revólver y el resto era olor a pólvora chorrillo. Como un olor de ésos, a tierra mojada en un campo después de llover.
Sentado allí, yo abría y cerraba la boca, como queriendo morder aquel olor. Qué bien la estaba pasando en aquel balcón. A solas con la ciudad, y con las hamacas, la vida no parecía tan horrible. De todos modos no era tan malo que Medellín estuviera desocupada, efecto vacaciones decembrinas. En cualquier forma yo la pasaba mejor a solas casi siempre. La gente en general me causaba cierto escozor, como un comezón en el culo. La gente como que me contaminaba y enrarecía mis atmósferas y yo lo empezaba a asimilar así aquella noche.
A veces había cosas muy obvias que a vos se te pasaban por alto y que de alguna manera era necesario analizar. Todo iba bien en tu vida hasta cuando entrabas en contacto con los demás. Total que no la estaba pasando tan mal. Tenía ron, coca, música, genio y, por el momento, un poco de soledad. Qué más se le podía pedir a la vida.
Era extraño. Llevaba como cinco días sin comer y estaba sintiendo unas irrefrenables ganas de cagar. Yo era un cagón muy asiduo. Cagaba hasta tres veces al día así estuviera haciendo curso de fakir. Me incorporé de la hamaca y fui desde el balcón hasta la sala. En la sala me quedé embelesado por un buen puñado de minutos con un canal cristiano que había sintonizado el hijo de B.
¡Ah! Los cristianos. La última pincelada que le faltaba a esta triste pintura llamada Colombia. En un país de locos, los cristianos estaban calentando motores para llevarse la copa y bañar con espuma de champaña a los otros locos que competían por un peldaño en la full position; acaso ese pedazo que todos se disputaban en la torta de la fe.
Pero los cristianos fanáticos eran más peligrosos que esos otros locos como lo eran la guerrilla y los paramilitares, porque los primeros atacaban directamente a tu software, mientras que los segundos simplemente se metían con el hardware. Era cosa de decidir. De todos los locos que había brotado la tierra, los cristianos eran el colmo de la locura, pues habían posicionado el producto publicitario más viejo y más tonto en la historia de la humanidad, y fuera de eso, consagrarlo como religión.
. - Ya está bueno de locos en este país – le dije al hijo de B.
0. - … pare de sufrir… – dijo la tele.
0. - Esto de las iglesias cristianas ya es la tapa de la olla – dijo el hijo de B-
0. - Un golpe mediático de dos mil años y ese logotipo de un señor en la cruz sigue intacto. – Dije.
Con todo aquello, yo sentía que las ganas de cagar se me intensificaban. Me fui disparado hacia el baño y allí me percaté que no había papel higiénico. Volví a la sala frunciendo el culo para no cagarme y estuve buscando algo con que limpiarme. Fui hasta la cocina y no encontré nada. Volví a la sala y vi algunos ejemplares de El Malpensante y de SOHO sobre una mesa de té. También había un cerro de periódicos locales, pero me decidí por limpiarme el culo con los ejemplares de El Malpensante. Quise respetar un poco el hecho de que SOHO tuviera un columnista como Eduardo Arias, pero de todas formas no lo descarté del todo. Si yo seguía cagando, como lo había hecho en los últimos días, ya vendría la hora de limpiarme el culo también con las revistas de SOHO. Primero había que dar cuenta de todos los números de El Malpensante. Era una cosa que se merecían bastante los intelectuales de este país. Que todo el mundo se limpiara el culo con sus viejas-nuevas-desviaciones-pequeño-burguesas.
En efecto la cagada fue abundante. Mejor dicho, cagada de periquero. Pero tuve miedo de que se me infectara el culo por haberme limpiado con aquellos ladrilludos artículos de El Malpensante, llenos de ladilla. Tendría que pensar en limpiarme una próxima vez con algo más amable como la revista Fucsia, por ejemplo. Si bien hacían su trabajo profesionalmente, también era una revista muy kiut, que serviría para limpiarse el culo suavemente. Tal vez podría tener un papel un poco más tierno para limpiarme los delicados vellos en esa parte del cuerpo humano.
Después de cagar, tuve la galantería de activar la perilla del retrete y dejar todo limpio. Incluso había librado cortésmente al mundo de una página menos de pedantería intelectual. Volví a la sala y noté que el predicador de la tele estaba hablando de Led Zeppelin y tenía un disco de ellos en la mano y decía que eran diabólicos y que le podrían hacer mucho daño a nuestros jóvenes y que los jóvenes eran el futuro de la nación. Luego agarraba el disco y lo partía a martillazos sobre una mesa y su público ovacionaba.
Yo me fui de nuevo al balcón y me puse a meditar seriamente en las palabras del predicador cristiano. Estuve un rato mirando hacia las calles vacías y hacia los cables de la luz y luego me tumbé en una de las hamacas. Pensé que tal vez el predicador tenía razón y que tal vez era hora de cancelar mi suscripción al ejército de salvadores del rock and roll. No volvería a escuchar a Led Zeppelin jamás. Me preguntaba si algo como Everthing But The Girl también tendría mensajes subliminales.
Estaba en medio de aquellas meditaciones, cuando apareció el sicario, proveniente de la habitación de A. Estaba ahí, parado en el centro del balcón. Como un fantasma. Se puso a balancearme la hamaca y a hablarme chorradas y lo hacía por joder. Era uno de esos tipos que le gustaba provocar a los demás. Yo me empeñé en no dejarme sacar de quicio. Le ofrecí una raya de perico y estuvimos aspirando coca por un buen rato.
. - Esta noche tengo ganas de matar un blanquito – me dijo.
Le pregunté que quería decir con eso. Me dijo que era un proyecto que venía cuajando desde hacía tiempos, desde sus días en las cárceles de Estados Unidos, pero que se le había acentuado aquí. Había pasado por precintos de cinco estados diferentes en USA y desde entonces se le había sembrado la idea de matar un blanco. Era todo un canero. Yo le dije que en Colombia no había blancos, que todos éramos mestizos o zambos o mulatos o negros, pero que la raza aria era impensable acá. El sicario me dijo que yo tendría que saber a lo que se él refería, que si no había pasado por uno de eso trances donde te rechazaban en las discotecas por negro. Le dije que no. Que no iba a discotecas. Que iba a bares. Él me dijo que le había pasado varias veces en varias ciudades del país y que era hora de tomar venganza. Le pregunté cómo pensaba matar al blanquito y me dijo que torturándolo primero y masacrándolo después. Yo le hice caso omiso a sus palabras y nos quedamos un rato meciéndonos en las hamacas, hasta que A y B aparecieron somnolientas en el balcón y empezamos a brindar de nuevo y a hacernos otras rayas de cocaína.
Sentado allí, yo abría y cerraba la boca, como queriendo morder aquel olor. Qué bien la estaba pasando en aquel balcón. A solas con la ciudad, y con las hamacas, la vida no parecía tan horrible. De todos modos no era tan malo que Medellín estuviera desocupada, efecto vacaciones decembrinas. En cualquier forma yo la pasaba mejor a solas casi siempre. La gente en general me causaba cierto escozor, como un comezón en el culo. La gente como que me contaminaba y enrarecía mis atmósferas y yo lo empezaba a asimilar así aquella noche.
A veces había cosas muy obvias que a vos se te pasaban por alto y que de alguna manera era necesario analizar. Todo iba bien en tu vida hasta cuando entrabas en contacto con los demás. Total que no la estaba pasando tan mal. Tenía ron, coca, música, genio y, por el momento, un poco de soledad. Qué más se le podía pedir a la vida.
Era extraño. Llevaba como cinco días sin comer y estaba sintiendo unas irrefrenables ganas de cagar. Yo era un cagón muy asiduo. Cagaba hasta tres veces al día así estuviera haciendo curso de fakir. Me incorporé de la hamaca y fui desde el balcón hasta la sala. En la sala me quedé embelesado por un buen puñado de minutos con un canal cristiano que había sintonizado el hijo de B.
¡Ah! Los cristianos. La última pincelada que le faltaba a esta triste pintura llamada Colombia. En un país de locos, los cristianos estaban calentando motores para llevarse la copa y bañar con espuma de champaña a los otros locos que competían por un peldaño en la full position; acaso ese pedazo que todos se disputaban en la torta de la fe.
Pero los cristianos fanáticos eran más peligrosos que esos otros locos como lo eran la guerrilla y los paramilitares, porque los primeros atacaban directamente a tu software, mientras que los segundos simplemente se metían con el hardware. Era cosa de decidir. De todos los locos que había brotado la tierra, los cristianos eran el colmo de la locura, pues habían posicionado el producto publicitario más viejo y más tonto en la historia de la humanidad, y fuera de eso, consagrarlo como religión.
. - Ya está bueno de locos en este país – le dije al hijo de B.
0. - … pare de sufrir… – dijo la tele.
0. - Esto de las iglesias cristianas ya es la tapa de la olla – dijo el hijo de B-
0. - Un golpe mediático de dos mil años y ese logotipo de un señor en la cruz sigue intacto. – Dije.
Con todo aquello, yo sentía que las ganas de cagar se me intensificaban. Me fui disparado hacia el baño y allí me percaté que no había papel higiénico. Volví a la sala frunciendo el culo para no cagarme y estuve buscando algo con que limpiarme. Fui hasta la cocina y no encontré nada. Volví a la sala y vi algunos ejemplares de El Malpensante y de SOHO sobre una mesa de té. También había un cerro de periódicos locales, pero me decidí por limpiarme el culo con los ejemplares de El Malpensante. Quise respetar un poco el hecho de que SOHO tuviera un columnista como Eduardo Arias, pero de todas formas no lo descarté del todo. Si yo seguía cagando, como lo había hecho en los últimos días, ya vendría la hora de limpiarme el culo también con las revistas de SOHO. Primero había que dar cuenta de todos los números de El Malpensante. Era una cosa que se merecían bastante los intelectuales de este país. Que todo el mundo se limpiara el culo con sus viejas-nuevas-desviaciones-pequeño-burguesas.
En efecto la cagada fue abundante. Mejor dicho, cagada de periquero. Pero tuve miedo de que se me infectara el culo por haberme limpiado con aquellos ladrilludos artículos de El Malpensante, llenos de ladilla. Tendría que pensar en limpiarme una próxima vez con algo más amable como la revista Fucsia, por ejemplo. Si bien hacían su trabajo profesionalmente, también era una revista muy kiut, que serviría para limpiarse el culo suavemente. Tal vez podría tener un papel un poco más tierno para limpiarme los delicados vellos en esa parte del cuerpo humano.
Después de cagar, tuve la galantería de activar la perilla del retrete y dejar todo limpio. Incluso había librado cortésmente al mundo de una página menos de pedantería intelectual. Volví a la sala y noté que el predicador de la tele estaba hablando de Led Zeppelin y tenía un disco de ellos en la mano y decía que eran diabólicos y que le podrían hacer mucho daño a nuestros jóvenes y que los jóvenes eran el futuro de la nación. Luego agarraba el disco y lo partía a martillazos sobre una mesa y su público ovacionaba.
Yo me fui de nuevo al balcón y me puse a meditar seriamente en las palabras del predicador cristiano. Estuve un rato mirando hacia las calles vacías y hacia los cables de la luz y luego me tumbé en una de las hamacas. Pensé que tal vez el predicador tenía razón y que tal vez era hora de cancelar mi suscripción al ejército de salvadores del rock and roll. No volvería a escuchar a Led Zeppelin jamás. Me preguntaba si algo como Everthing But The Girl también tendría mensajes subliminales.
Estaba en medio de aquellas meditaciones, cuando apareció el sicario, proveniente de la habitación de A. Estaba ahí, parado en el centro del balcón. Como un fantasma. Se puso a balancearme la hamaca y a hablarme chorradas y lo hacía por joder. Era uno de esos tipos que le gustaba provocar a los demás. Yo me empeñé en no dejarme sacar de quicio. Le ofrecí una raya de perico y estuvimos aspirando coca por un buen rato.
. - Esta noche tengo ganas de matar un blanquito – me dijo.
Le pregunté que quería decir con eso. Me dijo que era un proyecto que venía cuajando desde hacía tiempos, desde sus días en las cárceles de Estados Unidos, pero que se le había acentuado aquí. Había pasado por precintos de cinco estados diferentes en USA y desde entonces se le había sembrado la idea de matar un blanco. Era todo un canero. Yo le dije que en Colombia no había blancos, que todos éramos mestizos o zambos o mulatos o negros, pero que la raza aria era impensable acá. El sicario me dijo que yo tendría que saber a lo que se él refería, que si no había pasado por uno de eso trances donde te rechazaban en las discotecas por negro. Le dije que no. Que no iba a discotecas. Que iba a bares. Él me dijo que le había pasado varias veces en varias ciudades del país y que era hora de tomar venganza. Le pregunté cómo pensaba matar al blanquito y me dijo que torturándolo primero y masacrándolo después. Yo le hice caso omiso a sus palabras y nos quedamos un rato meciéndonos en las hamacas, hasta que A y B aparecieron somnolientas en el balcón y empezamos a brindar de nuevo y a hacernos otras rayas de cocaína.