31.12.09

FINAL

Pacífico colombiano, noviembre del 2008. Esta historia toda, termina con mi regreso al pueblo. Es una elipsis brutal, lo sé. Yo también odio esta clase de saltos en el tiempo. Me parecen muy bobos los flashforwards tanto como los flashbacks, y más cuando son abruptos y dejan un montón de material en el tintero. Me parecen síntomas claros de una mala literatura. Aunque, sí. Ya lo sé. ´Cien años de soledad´ empieza con un gran flash back y Pedro Páramo también. Pero en este caso se me hace imperante usar uno de estos.
Necesito ir hasta el final y mirar hacia atrás. Tratar de ver el paisaje entero, the whole picture. Tratar de entender qué clase de historia es la que estoy contando y por qué. ¿Será acaso, éste, más un ensayo que una novela? Puede ser. El tema hace rato que lo perdí. Empecé contando una historia de unos drogos en Medellín y terminé haciendo un making of de mis novelas. También puede ser también el sondeo cronológico de una ciudad, no lo sé. Del tono mejor no hablar. El caso es que, de igual modo, se podría catalogar como la primera novela escrita exclusivamente para el Facebook. Un texto en vivo y en directo. LIVE. Al aire y casi sin derecho a corregir, como en los chats. Soy de los que tengo cierta debilidad por este tipo de ñoñadas. Adoro esas hazañas de Record Guines, muy al estilo pionero, y me gusta esta palabra. Pionero. Suena bien. Alguien que se arrojó por primera vez. En resumidas cuentas: alguien que lo intentó por primera vez, así no hubiera servido para nada. En efecto. Me enamoran este tipo de proezas inútiles, insignificantes, de ideales frívolos. Subterráneamente pop y económicamente nada rentables. Primera persona en comprar un I-phone. Primer paisa en subir el edificio Coltejer en bicicleta. Primera novela en publicarse por entregas sin derecho a corrección. Cool.Lo otro interesante, es que venirme hasta el presente me permite mostrar el escenario sobre el cual estoy escribiendo. Eso es muy importante. Hay que dar a entender quién escribe. Mi yo presente en contraposición a mi yo pasado. Quien escribe no necesariamente puede ser el mismo de quien narra. Estoy contando unos hechos que le pasaron a alguien que fui yo o que pude haber sido yo. Tal vez ése ya no sea el mismo de hoy, quién sabe. Lo que quiero decir es que el narrador no tiene que ser precisamente el personaje al que le pasan las cosas. En lo personal, amo escribir historias en presente. Me parecen estéticamente más acertadas, más acordes al ritmo de los tiempos. El siglo 21 es una era en pañales, donde todo pasa aquí y ahora. Nada queda, nada trasciende. Si pestañeas por un segundo, corres con el riesgo de perderte el acontecimiento más importante de tu vida. Todo es inmediato, para ya. El pasado es para los conservadores que hicieron todo lo posible en detener el curso del universo con el gobierno más nefasto de todos los tiempos. Al final, Internet ganó. Este triunfo no es de Obama. Este triunfo es de esos primeros colaboradores que regaron la bola por medio de correos electrónicos. He ahí un gran mensaje. Prepararos porque los computadores ya están aquí. Por lo menos hasta que venga algún estítico y le dé por cerrar la red. En este siglo siempre sientes que se acaba el tiempo. El tiempo tuyo y el de los demás. Hay un afán en las personas que a veces no te explicas la razón ni su causa. La goma elástica ha dejado de ensancharse y se ha empezado a encoger. El único país donde parece haberse estancado su majestad el tiempo es en Colombia. Todo sigue igual a como lo dejé. Ciudades feas, muy feas, en entornos naturales muy bonitos, en medio de territorios privilegiados en flora y fauna. Ciudades destartaladas, sin brillo, sin mujeres bonitas porque todas se han ido a Miami y a Barcelona. Gentes muy engreídas. Muchas de ellas muy ricas, pero en el lugar equivocado, en un paraíso de puertas para dentro. Gentes muy ricas en ciudades urbanizadas sin planeación, con calles poco amables para recorrer, entre ciudadanos miserables, carentes de buen gusto, con sistemas de transporte pauperrizados, sin trenes de cercanía; sin opciones de entretenimiento ni ocio edificantes. En Colombia la actividad más parecida a diversión es el aguardiente y la telenovela de turno. No hace falta decir más. Con esa vara es la que se puede medir este peladero. La única diferencia del Colombia viejo y del nuevo, es la suma de los sueños destrozados. Es paradójico, en NY te reconcilias cuando sales a la calle y en Colombia te deprimes. Encontrar unos pobres niveles de autoestima entre todos tus conocidos. El síndrome del afan-por-demostrar, aquí y allá. De nada ha servido ganar inteligencia académica si la emocional se ha quedado en pañales. Llegas al país y no te explicas cómo mucha gente con buenos empleos y estabilidad económica siguen siendo los mismos seres indefensos en búsqueda desesperada de una vida con algo de significado. Al final, sientes que nadie ganó. Que todos perdimos; que terminaste creyendo en las cosas que siempre has considerado equivocadas. Que no sos el único con problemas de exhibicionismo crónico. Hablo de todas la palabras que se tuvieron que tragar y de todo lo dañado que terminó su corazón.Puede ser esta nueva cultura de Internet también. Pero en el fondo todos sabemos que es algo más. Me parafraseo a mí mismo, estoy en un buen punto donde puedo permitirme el lujo de ser auto-referencial. Creímos ganarnos el tour de Francia y no llegamos siquiera a premio de montaña. Lo peor de todo es que nos la creemos; nos consideramos los putas. Pero es la oportunidad perfecta para que todos seamos Bernard Hinault sin haber corrido. Lo podemos ser, las condiciones están dadas. Ya se comprobó que los únicos rockstars verdaderos fueron los que se mataron. Pero nosotros aún estamos a tiempo, repito. Aún siguen vigentes las leyes permisivas con la venta de armas en los Estados Unidos. En Colombia puedes conseguir Seconales en las farmacias sin fórmula médica. No nos queremos. Nos odiamos a nosotros mismos. Buscamos la protección bajo la calidez de nuestras amistades más sobresalientes, algún rescoldo de nitidez en tu lista de contactos telefónicos. Nos escondemos tras nuestros títulos académicos, en los quehaceres importantes, en el referente, en la música que escuchamos, en nuestros hábitos de consumo, en nuestro estilo de vida light, en la búsqueda desesperada de buenos pensamientos. Todos mis amigos son artistas, personas con cierto tipo de sensibilidad; la gente con la que salgo son todos de buena familia. No los tengo. Los busco desesperadamente. Hay que ser alguien, no somos nada y el que no es famoso, o por lo menos popular en Internet, está jodido. No sos el único. No eras el único. Sumar tiempo no es sumar amor. Nuestros padres trataron de ahogar sus carencias en el licor o en la iglesia. Nosotros en el chat. Al final todos perdimos. Todos estamos haciendo los trabajos que nunca soñábamos. Algunos sí. Pero ¿por qué lucen entonces tan perdedores? ¿Por qué estos niveles de frustración? Esto definitivamente no es una novela. Es una divagación, un devaneo personal. Un flujo de conciencia, como lo llaman los especialistas. Los gringos triunfaron. Nos vendieron también el síndrome del éxito según su evangelio y nos lo tragamos enterito. ¿Quién es exitoso? Según ellos, el que sale en televisión; el que tenga un blog con muchos comentarios y 500 amigos en Facebook. Nuestra última bala, la última oportunidad de ser famosos. Aprovéchala o piérdela. Pero reafírmate en esta única verdad; de que es un grave problema de autoestima y lo digo con conocimiento de causa. Antes, en el siglo pasado, era suficiente conque fueras exitoso en el juego, o en el amor. Tal vez un poco de popularidad dentro de un grupo de amigos también era necesaria. Pero hoy, en 2008, también tenés que ser famoso. De lo contrario, olvídalo. Estás muerto. Famoso al menos por un día. Eso es lo que necesitas para ser feliz. Fama. Fama. Fama al menos por quince minutos. Y ser famoso significa que todo el mundo te conozca o que al menos te distinga en los supermercados. Fama aunque sea de pasillo. Que no llegues a viejo sin ser famoso. No te frustres. No importa que tengas el mejor trabajo del mundo; no importa que estés completamente enamorado y que seas correspondido. No importa que estés sano como una lechuga. Lo importante realmente es que hayan hablado de ti, pero sobre todo, que no te olviden. Acabo de perderlo. Eso. Lo brillante que seguía este escrito y se te olvidó. Lo que iba a hacer que este capítulo fuera inolvidable. Entonces toca seguir con las definiciones. Famoso: algo distinto a ser popular. Ser popular significa que te quieran. De verdad. De corazón, por lo menos en teoría. Famoso es otra cosa; es que te conozca todo el mundo. No importa que te odien. Lo importante es que el asunto sea masivo. Que pueda revertirse, en un momento dado, en dinero; que pueda revertirse en caso de que te conviertas en un producto y que tu funeral, al fin y al cabo, no sea tan desolado como lo temías. Nunca se sabe, podría suceder. De repente estás muy tranquilo en tu cómodo anonimato y mañana podrías convertirte en un fenómeno de masas. No te fíes de tu bajo perfil. Sonríe, estás en cámara escondida. En estos tiempos ello podría representar el pasaporte a Suiza en tiempos de crisis financiera. Podrías probarlo, nada se pierde. Estás naciendo a la nueva comunidad donde todos somos artistas. Imaginate, si el subnormal de Juanes pudo. Ser famoso también te puede salvar de la vejez y, muchas veces, suele ser elixir de eterna juventud. Si vos sos de los que no supiste envejecer, entonces dedícate a hacer de la fama una profesión. Gana fama. Buena o mala; no importa. Tal vez eso es lo que te hace falta y no lo sabes. Podés tener 50, 60, 70 años de edad, pero, si desconocidos te reconocen en la calle (y te llaman por tu nombre), sabrás que nada ha sido en vano, que los años no han pasado ni pasarán, porque ya sos parte del inconsciente colectivo y, como dice Estanislao Zuleta, en el inconsciente no hay tiempo. En el inconsciente todo es un eterno presente simultáneo. Has trascendido. Y, como veis, he vuelto al punto de arranque. O sea. Al presente. Echa un ojo afuera. Mira las redes sociales. Todavía hay muchos dinosaurios que lo están intentando, o que temen llegar a perderlo. Mira a Charly García, mira a Diego Armando. Nunca envejecieron. Fueron jóvenes siempre. Mira tu Myspace. Busca en la franja entre los 45 y los 65 años: verás un montón de viejos jóvenes. Jóvenes, mejor dicho. Simplemente jóvenes. Dejémoslo así. Pero recuerda: la fama es la clave. Gordo o flaco, pero famoso. Mira a Obama. Un negro. ¡Un puto Negro! O sea. A fuckin´niga´. Un ser de ésos seres que son más despreciables que los rolos y ahora presidente de los Estados Unidos. ¿Quién lo iba a creer? Hace un año nadie hubiera apostado ni un centavo a que un negro fuera a ganar. Y ¿qué hizo Obama?Pues posar. Posar y hacerse un afiche tipo Andy Warhol y colgarlo en medio de ´Times Square´. ¿Cómo se llama eso? Fama. F-A-M-A. Fama con mayúsculas. Significa hacerse el rockstar y venderte en la red. ¿Quién iría a decir que el inventor del Pop Art sentaría la reglas de la felicidad en el futuro? ¿Quién iba a imaginárselo? ¿Quién iba a imaginarse que Mclujan era quién iba a dejar las pistas, mendrugos de pan, para que un negro viniera a recogerlas? Mcain pensando en sus discursos y Obama en el GYM. ¨Prefiero ser flaco que famoso¨, diría el citado Warhol, como parodiándose a sí mismo. Pues bien, Obama se hizo famoso y ya era flaco. Podía poner sus manos en el bolsillo sin parecer un camaján de esquina. Mcain no lo podía hacer ni aunque sus asesores lo hubieran obligado. Su formación militar no se lo hubiera permitido. No estaba en su sistema operativo ni descargando la versión 2.0. Por demás, hay que ser muy posudo para darte el lujo de poner tus manos en el bolsillo y no parecer un borrachín, sino un modelo.Pues bien, aquí estoy en Colombia. Donde ser famoso es un arte poco sofisticado. Ser famoso aquí significa convertirte en objetivo militar, secuestrable, temeroso. Aquí ni siquiera necesitas ser rico para que te secuestren. Miro alrededor y todo lo que veo son muchos centros comerciales y pocos clientes. En efecto, si buscas una definición exacta para la Colombia del siglo 21, es ésta: PAÍS DE MUCHOS CENTROS COMERCIALES Y POCOS CLIENTES. Eso y muchas cosas peores siento que es Colombia. Pero estoy en casa. Siento que he vuelto. Para bien o para mal, soy de acá. Aquí nací y aquí es adonde pertenezco; aquí es donde están mis amigos más entrañables. Aquí es donde me mimetizo con el paisaje, donde desaparezco, donde me puedo camuflar en calles viejas y donde puedo hacer que los portones en realidad me digan cosas. Camino los barrios y siento que son míos, que yo ayudé a construir sus olores y sus músicas; que allí fui amado y lastimado. Por demás, ya estaba cansado de pasármela leyendo periódicos colombianos por Internet. Es bastante raro lo que te sucede cuando te vas a vivir afuera. Todo lo que haces es preocuparte por cómo van las cosas en tu país. Nunca consumes tanta información del terruño como cuando vives en el exterior. En este mundo globalizado consumir información local es como redundar, entonces vos siempre tirás es a leer lo que pasa lejos, afuera, en el más allá. Por eso es mejor volver: para que los temas colombianos dejen de convertirse en una obsesión. Aquí pertenezco, Colombia es mi hogar y viviendo aquí me veo en una posición más adecuada para disfrutar de los canales extranjeros a plenitud . Vuelvo a casa. Me siento frente al computador. Lo enciendo y me pongo a escribir sobre lo fantástica que era la vida en Nueva York. Me doy cuenta de que este no era el fin. Todavía queda mucho qué contar.