31.12.09

22.



Con casetes en mano, entramos a una de las salas de edición. Era un edificio grande y lo estaban acondicionando para que se convirtiera en un gran complejo de auditorios y servicios audiovisuales. Se venía una gran avanzada de tipos con corbata en las universidades públicas. Venía la globalización y había que venderse al mundo. Era la época de la transición digital también. La edición análoga daba sus últimos suspiros, pero allí todavía se trabajaba con máquinas sincronizadas. Nos había sido asignada la sala de Super VHS y el aire acondicionado estaba en su máxima potencia. Parecía que el frío de aquel lugar anunciara algo que estaba por venir. Al lado de nosotros estaba la sala de Betacam, a la derecha. Y otra de transfers, a la izquierda.

Me puse un saco y empecé a trabajar en LA INSOPORTABLE TERQUEDAD DEL SER. A mi lado, B se dedicaba a opinar todo el tiempo. También quiso hacerse un par de rayas de perico, pero yo no la dejé. Yo nunca consumía cocaína mientras estuviera grabando o editando. Tampoco dejaba que consumieran a mi alrededor. Yo no era de esa escuela. Así que saqué a B de la sala de edición y le dije que le haría llegar una copia del corto, una vez estuviera concluido.

Apenas solo en aquel recinto, me puse a pensar en la estructura que iba a utilizar. De vez en cuando miraba hacia los lados y me ponía nervioso tan solo de ver dos salas de edición subutilizadas: se veían tan tristes así, sin gente. Pensé, que si yo fuera director de aquel lugar, hubiera organizado cursos de verano para fomentar la cultura audiovisual en nuestro medio. Los recursos tendrían que servir más allá de la mera complacencia política. Algo en aquellas salas me inquietaba.

Pero lo que me ocupaba ahora era LA INSOPORTABLE TERQUEDAD DEL SER y cuatro horas de material. La idea era reducir aquello a un cortometraje de 15 minutos. No tenía orientaciones de ningún tipo. Yo era mi propio jefe y la libertad absoluta era el peor de mis castigos. Era el precio que había que pagar por la independencia. Ahora entendía por qué la gente necesitaba de la sumisión a alguien ó a algo.

Durante muchos años me la había pasado en la biblioteca de aquella universidad investigando cómo se armaba un guión en la sala de edición. Era un edificio imponente de roca bruñida, con un espejo de agua al lado. Era un edificio a pocos metros del Centro de Producción y Medios, el cual te inspiraba y te llenaba de nostalgia al mismo tiempo. Con solo verlo te transportabas a épocas de la magnificencia precolombina. Una vez yo había visto cómo los revolucionarios habían hecho explotar una bomba molotov en el sótano. Volaron vidrios y ventanas y nadie se había inmutado, porque ante las bombas de Pablo Escobar, un petardo en una biblioteca era un pastel de manzana.

Todas esas tardes que había pasado con el estómago comprimido y con un libro de Joseph M. Boggs en las manos, ahora tenían su llamado en aquella sala de edición. Tenía ganas de aplicar la estructura clásica de los héroes con un objetivo y con un antagonista, poniendo obstáculos en el camino, tal como les solía enseñar a mis alumnos.

Hice un primer esbozo en el casete master y todo me pareció demasiado simple. Había sido un montaje que se había armado casi solo y yo siempre he tendido a sospechar de esa facilidad. Mire globalmente el producto y sentía que le faltaba emoción. Había grandes fallas en la dramaturgia que era necesario camuflar. Tampoco quería caer en el efectismo. Tenía un gran panel de botoncitos con los que me podía dar un banquete. Fui afuera y me fumé un cigarro, aunque yo nunca he sido fumador. Luego fui a la cafetería de la Facultad de Derecho y me compré una papa rellena y una gaseosa Premio. El aire fresco me venía bien. La universidad estaba desolada efecto vacaciones de mitad de año. Regresé caminando entre los jardines de la universidad, después de sobrepasar algunos extensos y desolados pasillos. La naturaleza en el trópico era un gran aliado que te regalaba grandes paisajes floridos en todas las épocas del año. Un agrónomo podía darse un gran festín con las especies locales. El ambiente me olía a tierra mojada. Yo no era un gran observador de árboles, pero miré hacia arriba y vi el espectáculo de un gran árbol, sin hojas pero tupido de flores violeta.

Era un buen contraste del gris del edificio y de las ramas, con el violeta. Sentía que necesitaba mirar aquello y pensar al respecto para despejar la cabeza. Desde que empecé a escribir me he dado cuenta que es mejor no querer terminarlo todo de una vez, contar las historias con calma, como los alcohólicos anónimos: ¨haga las cosas con calma, pero hágalas¨. Un paso a la vez.

Cuando una obra no te está dando lo que vos le estás pidiendo, lo mejor es parar, abandonar la silla e irse a la cocina por un café. Si es posible, posponer la tarea para el otro día, especialmente cuando estas trabajando en audiovisuales. Hay un punto de la jornada en que estás tan cansado, que lo único que te salen, son errores. Muchas veces fatales. Bueno era, la época de lo análogo. Lo peor que te podía pasar es que dañaras el master. Hoy, me imagino, es que no salvés algún render.

Volví a entrar al estudio y pensé que iba dejar todo como estaba. La ley de oro entre los autores es que siempre debe haber un punto final, pues una obra nunca queda concluida. Si te descuidás, podés pasarte toda una eternidad puliendo la vida de tus hijos. Lo mejor es dejarlos ir de casa con sus defectos y sus virtudes.

Sin embargo, la loca de la casa que es la imaginación, se ponía cada vez más atrevida y me dio por aplicar una técnica que nunca se la había visto a nadie en Colombia y que yo sólo la había aplicado una vez en un institucional de la Corporación Región, con aplausos de parte del cliente. Se trataba de la Ley de los Cinco Principios. Ella consistía en olvidarse del guión literario y buscar entre el material en bruto los principios de Variabilidad, Diferencia, Repetición, Concordancia y Unicidad. De hecho era una técnica que también estaba pensando en aplicarla a mis escritos. ESCRITO EN LA NIEVE, por ejemplo, iría a ser trabajado bajo el ritmo de esa tonada. Aquella es una ley que está en casi todas las buenas películas y obras literarias, pero con la salvedad de que a la mayoría de las buenas películas y los buenos libros siempre le sobran un puñado de otras leyes.

En lo personal me gustaba empezar buscando el principio del Leit Motive. Era un elemento bastante común en el formato de los videoclips, pero sin el acompañamiento de los demás principios. Yo usaría esa técnica del clip y la reforzaría con los otros elementos de mi técnica.

Al final, los resultados fueron más que satisfactorios desde el punto de vista artístico. La historia inicial se dejaba contar, pero no de un modo demasiado convencional. Me gasté más de dos semanas editando aquel ejercicio. Algo que no estaba presupuestado sino para tres días, pero yo era de los que me entendía muy bien con los asuntos de la tecnología. Así que me la pasé jugando con los micrófonos y con los sonidos que podía lograr. Me gastaba la mitad del tiempo conectando y desconectando cables, corriendo voces de personajes y ejecutando la técnica del jump cut. In fact, la primera secuencia de LA INSOPORTABLE TERQUEDAD fue trabajada con todas las tomas grabadas. Era la parte donde al tipo se le enredaba el casete y nosotros no habíamos escatimado esfuerzos en hacer el mayor número de puntos de vista posibles. Todos ellos fueron combinados y lo que quedó, fue un juego de pasados y futuros bastante plástico.

Después de varios días, casi sin notarlo, empecé a notar la presencia de dos realizadores en la sala de Betacam. Se trataba de quien fuera a ser el director del canal estudiantil de la ciudad, CANAL U, y su editor. Yo podía verlos a través de las paredes de cristal. De vez en cuando, yo echaba un vistazo en aquella dirección y ellos estaban mirándome. Entonces yo saludaba con un levantón de mano y ellos me contestaban igual. Nunca pude entender por qué destinaban tanto tiempo de su turno en mirar mi trabajo. Era gente con una idea muy específica de lo que debían ser las cosas. Gente con un libreto y un guión muy claros. Yo no era así. A mí me gustaba tachar y hacer apuntes al margen. Yo tenía una novela en el aire llamada LA LLAGA y la gente la estaba respirando y tocando, allá afuera, en las calles. Ellos hacían videos que sólo se podían apreciar con el sentido de la vista y el oído. Eran de esos paisas que habían construido a Medellín temiendo siempre la trampa y la maña. Todo los asustaba e irían a perpetuar sus tradiciones.

Ese año, los que vieron mi video, decían que toda la fuerza del corto estribaba en el montaje. Yo no lo creía así. Yo he pensado que aquel corto siempre tuvo una magia a la que todo arte debe aspirar. Si lo hubiera dejado como estaba en su primera versión, tal vez la magia hubiera hecho mutis por el foro. Pero bueno, tampoco quise mostrárselo a mucha gente. Yo no era de ésos que se auto-proporcionaban bombos y platillos en los teatros de Unicentro con motivo de un simple laboratorio estudiantil. Lo importante para mí es que había podido armonizar un montón de piezas en una nave hecha añicos desde antes de empezar. Esta vez, tenía que admitirlo, no había podido descifrar un misterio, como lo había hecho en otras ocasiones.